Dicen que el tiempo todo lo cura, y aunque en ocasiones nuestra impaciencia nos arrebate todo lo que hemos tardado en dejar atrás, atrás queda. El tiempo es subjetivo, por lo que no puede especificarse en su definición la duración del mismo.
A veces unos minutos duran una eternidad, y a veces el verano pasa en un abrir y cerrar de ojos.
El tiempo es lo que pasa en paralelo a los caminos que escogemos.
Pero debemos saber diferenciar el tiempo pasado con el tiempo presente. Podemos confundirlos, y convertir nuestros pensamientos en una infinita espiral de recuerdos que ronda tu cabeza noche y día.
Pero gracias al paso del tiempo, aprendemos. Aprendemos a valorar las cosas, a darle importancia a aquello que la tiene y dejar de lado lo que nos lleva acompañando más de lo debido. El tiempo nos enseña como a raíz de su paso, logramos olvidar cosas, y otras nuevas entran en nuestras vidas.
Con el tiempo he aprendido que las malas rachas son eso, rachas; ni duran para siempre ni son tan dolorosas como creemos. He llegado a ver mas allá de lo que captan mis ojos, y he sabido poner cada cosa en su sitio. Dándole tiempo al tiempo, parece que se colocan solas si tú les das un empujón. Que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo aguante, y el tiempo hace el olvido, y el olvido, la felicidad.
Precisamente por eso, el tiempo es algo que vale oro, porque nos enseña las lecciones más valiosas, y que con el tiempo nos convertimos en las personas que algún día seremos. Me refiero al futuro porque aún queda mucho camino por recorrer, y uno nunca deja de evolucionar.
Aunque seamos impacientes y a veces decidamos rendirnos, todo es cuestión de tiempo, de nuevas ocasiones y de situaciones desconocidas que reescriban las letras gastadas del libro. O que directamente la tinta de las nuevas personas que entren en tu vida escriban páginas e historias inolvidables, de las que vale la pena tener por escrito.
Y que cada uno por su camino, y quien sabe si algún día volverán a juntarse, pero eso es sólo cuestion de tiempo.
V.
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